Ayer murió Blas de Otero, no lo sabe nadie todavía, pero es cierto; le vi pasar por la calle, iba como siempre, distraído y pensativo, llevando un periódico con muy mala gana, de vez en cuando miraba los escaparates, el cielo, el fondo de la calle... No, no ha muerto al lado de unos frascos y unas tabletas (ha muerto sólo de tiempo), eso de algún amigo que llega un momento, la incógnita del médico, la interdicción, desde luego, de la tos de turno. No se sabe exactamente por qué ha muerto, las circunstancias últimas; se sabe sólo que unos minutos antes dijo, dijera: acerté el camino, con todos mis errores.
Llueve, el valle está velado como tus ojos, la cima de Santa Marina se deslíe, llueve, entre nubes semiverdes, escurridas.
Nada de cajitas, pastillas de plástico, la cama, la pared, la tos del cura. Todo natural, abierto a la tarde, oyéndose casi a lo último siete palabras: con todos mis errores, acerté...
Las nubes se levantan, yo sigo echado como un río pero no tumbado como un mar. Consulten al médico, a Manrique, verán que todo es mentira, la vida sigue, nada es más verdad que sigue siguiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario