Me mandaron al colegio, primero al de María de Maeztu
y luego a los jesuitas.
Mademoiselle Isabel me desató la lengua, y poco más.
Después vine a Madrid y estudié en la calle de Atocha
con jarroncito de porcelana como todo el mundo sabe.
Luego volví a Bilbao y me pasaba el día estudiando Derecho Romano
y después Derecho Mercantil.
Y entretanto iba leyendo y leyendo, y seguía leyendo
por mi cuenta, y me quedaba leyendo.
Se puede decir que estoy al día.
Ha llegado pues el momento de interrogarme acerca de
algunos hechos que desconozco, de algunos aspectos
que permanecen más o menos impenetrables.
He ido al cine, y he salido con la sensación momentánea
de haber vislumbrado algo distinto.
He viajado mucho, he oído conversar en ruso, en francés,
en chino, en euskera, en sueco y en leonés.
Me he adentrado por la física moderna, y he llegado
a la conclusión de que Einstein es un buen chico.
He desayunado.
He hecho el amor de diversas maneras, y el desamor
con absoluta monotonía.
Ahora pregunto.
Cuándo veré a Latinoamérica al lado de Cuba,
a todo lo largo del malecón.
Cuándo se levantarán nuevas barricadas en el barrio
latino y surgirá el Saint Antoin del siglo XX.
Cuándo cataplasmas.
Quién me habla por la noche, quién derrama la luz
sobre los campos, quién compra.
Diversos enigmas se siguen ofreciendo a la inquietud
del hombre, así que aquí mismo fecho y firmo
y el que venga detrás que siga adelante como hice yo.
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