Gracias mil por permitirme la entrada a vuestra casa con toda libertad.
Os voy a dejar un pequeño poema mío que deja a las claras que yo de niño y Blas de Otero de mayor pudimos ver los mismos cielos encendidos de rojo fuego hasta en las noches nubladas de Bilbao.
¿Donde quedaron aquellas tardes?
Estertores del hierro hirviente
enrojeciendo el nublado cielo
en cada tiempo de la roja colada
para el gris acero.
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