martes, 27 de abril de 2010

HAY UN LATIDO BAJO LA TIERRA

Mi reina, tú y yo no necesitamos coronas ni báculos ni estandartes
cada mañana nos miramos con los mismos ojos con que la alborada insomne se despierta
y agradecemos con nuestros cuerpos desnudos la juventud dorada y sus intensos años
haciendo ofrenda a la vida como cuando somos enraizados en la oscuridad del sauce de la noche.


Hoy la negrura de los nubarrones de mi tinta no podrá oscurecer tu risa
perdona si a veces – cuántas veces – te hablo de las cadenas y su ruido que se arrastran en el alma
si a veces el silencio me cose los labios con hilos de huesos difuntos
si a veces me abandono a la ceguera en la capital de los infiernos
si a veces ay! no hallo sino abandono, lágrima y ceniza... perdona,
porque yo para ti deseo la miel, la flor y el fruto; para ti el aire, las nubes y el cielo,
ya que en mi mente el universo gira y dicta sus leyes la armonía solemne
y en mi corazón rompen todos los mares como contra una roca con forma de rayo
y mis besos en tus besos son las notas de una obertura interpretada hacia un futuro en los sueños.


Hoy el alud de la derramada sangre de esta tinta no podrá alcanzar tus huellas
y perdóname si a veces te llamo desde los secos pozos, entre un círculo de llamas irremediables
si a veces injurio mi nombre y siembro temor y olvido; zarzas, laberinto y nieblas a cada paso
si a veces recorro las ciudades como una noticia dolorosa de una leyenda negra
si a veces ay! ay mi reina! me besan la pesadilla, la polilla y la muerte... perdona,
porque nací para dejar escrito en el tiempo el abecedario amante que eres tú sobre esta tierra,
porque solos, sólo somos entonces separación cumplida que errante parte hacia la nada,
pero entonces las estrellas a remolinos, y la luna con antifaz de pascua, y el cíclope diurno lucen,
con un crepitante olor a sonidos que nos dan siempre la bienvenida
y cada mañana, y en sus orígenes, y desde sus cuatro atalayas, de nuestra entregada existencia
se alegra entonces, con infinitud, el mundo.

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