Poeta del Pueblo, (1910-1942)
Eres un despertador bajo la cama que siempre suena a en punto, se quiera o no escuchar. Siempre que pienso en él o recibo alguna carta suya, una mano felina entierra un corazón doble en un maniquí tras la tormenta, alguien yergue una espada de conchas a favor de su paso, y los niños vestidos de morado hallan un abecedario nuevo en la página 47. Como decía, me es imposible disociar su persona de aquellos quienes pudieron salvarle. Y no fueron pocos, no. De ninguna manera. El mes pasado, uno de esos terribles que comienzan por L, le encontré sembrando relojes y semen y estrellas tras las paredes del convento, más tarde le acompañé hasta casa, no me veía, y al cerrar la puerta se revistieron de espuma las hojas y el girar de los planetas, los corderos murieron de estallido y negrura, y alguna que otra princesa besaba ranas con las uñas pintadas de éter en un terciopelo lejano. Según las últimas declaraciones a prensa, goza de un brutal peso de tres atmósferas doradas sobre sus turbadores hombros, soportan sus manos de hormigueros y arena las brasas del octosílabo viejo, y prolonga más allá de los límites su melena indómita, ardiendo, un Universo de interiores mayestáticos que no podrá acabarse nunca, nunca, no al menos en las trincheras que una mar cósmica, embravecida, sortea ya innegable. Me dijeron después, en 1878, que en su pueblo le cerraban las puertas, que le daban la espalda, que era escupido en mitad de la plaza, que ya nadie entendía su voz primorosa de altos vuelos; entonces lloré, se detuvieron las palabras. Lloré los puntos cardinales de los orígenes subterráneos y la pobreza, se detuvieron las palabras. No pude evitar que aquel llanto precipitase una riada nueva llevándose consigo el verde panegírico prado de mis ojos, se detuvieron las palabras, y todas, de todas las lenguas, acudieron volando a su alma, tierra mágica espejismo, dejando por un momento todos los libros en blanco, en blanco, todas las bocas insomnes, insomnes, para ser, ser en fin, solo ser, bienvenidas en el central ardor bajo sus congénitas cinco letras de espacio temporal sin fondo.
1 comentario:
Curiosamente, a tu anticipo puedo añadirle un texto que ahora queda atrasado, que escribí a Miguel Hernández en el cincuentenario de su muerte en 1992, y que no recuerdo completo pero venía a ser algo así:
Porque hace ya cincuenta largos y extraños años que murió Miguel Hernández
quiero cantarle al ritmo que respiro en este día de losas redivivas
y quiero dejar un reguero de sol y de sangre por el aire
que un día él llenó e hizo pleno hasta la fuerza roja.
Miguel contaba, hablaba y cantaba con sal en las palabras,
se hacía viento y trigo para las manos que quisieran acogerle
y rompía los techos haciendo brotar en ellos deslumbrantes ojos.
Sí, por eso te canto, Miguel, toro de sangre, con mi pequeña voz,
porque no te dio tiempo la vida de despedirte del sol y de los trigos y seguirás siempre en ellos,
porque el viento del pueblo que aventó tu garganta te sigue trayendo y trayendo,
porque tu corazón desnudo y vigoroso sigue latiendo bajo la lluvia,
y tú sigues vivo en las hojas.
Publicar un comentario