Un abismo final que se interpone
cuando busco en la mirada tuya
esa tristeza azul de la sonrisa
que nace acobardada.
El calor del tacto conocido;
una mano que queda abandonada
al último contacto; que se desliza
y se enfría entre la escarcha
de una piel pálida y tersa.
Un hola y un adiós que se saludan
y huyen hurtando las palabras
perdidos en la sombra
de un día sin mañana.
Una lágrima quebrada
a punto de brotar y que se esconde
detrás del último suspiro
de una noche que no espera una alborada.
Se cierra una ventana;
huye un tren borrado entre cellisca.
Ese tren que siempre escapa;
que parece amainar mas nunca para.
Un pitido brutal que rompe el viento.
Un potro desbocado corriendo por el pecho
del que espera en el andén de luces apagadas.
No había llegado la luz
y el tren partía.
No había empezado a ser
y ya no era.
Un crujido de hielo en las entrañas.
Una ciudad hierática y vacía;
una sombra que se alarga hacia la nada
cuando en reloj se rompe en campanadas.
Eran las ocho y diez y el tren partía.
3 comentarios:
Muy descriptivo, pero no pierdes el tren de la poesía.
Me encantaría que la musicalizase Joaquín Sabina. ¡Triunfo total!
Gracias, Ondi. No sé qué es peor, si perder un tren o montarse a uno equivocado.
A mí, lo que me gustaría es que el propio poema tuviese música, sin tener que añadírsela después.
¡Pero qué maja eres!
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