Lázaro oyó sonar sobre su tumba
la voz majestuosa
del más dulce amigo de la infancia.
Ha días que dormía mansamente
en el seno caliente de la tierra.
Era un sueño apático y sin sueños;
era un estar estando, simplemente;
era una soledad cristalizada;
era un nadar a braza por la nada;
era un vacío hundido en el vacío.
Su amigo le conminó con voz urgente:
¡Álzate, Lázaro, álzate y anda!
Pero Lázaro, ¡ay!, estremecido,
miró en torno a él y, convencido
de que nada sorprendente le esperaba,
se dio la vuelta y continuó dormido.
Octavio Fernández Zotes
1 comentario:
Cuántos Lázaros hay que van contentos con su dulce automóvil. Y el que libre de pecado, que mire su primera siesta.
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