jueves, 25 de marzo de 2010

VELAR RELOJES DE ARENA(Ejercicio Poseído, Tomo IV, fragmento del capítulo 53)

Ahora sí. Ha llegado la hora de decir adiós.Que canten nuevas voces. Gracias.


“Millones de manos acaban de ponerse en hora. Han dado la vuelta a numerosas y diversas clepsidras de todos los tamaños. Qué espanto de X que nos desciende, que nos devuelve a nosotros mismos. Al concluir las primeras, han brillado mis uñas por un segundo de consumación, y después se me han caído al suelo todas, fundiéndose en hormigas de mercurio. Ahora tengo laberintos con olor a niñez donde antes tenía uñas. Otras también acaban de derramar su contenido, acaban de acabarse, se verten, y pelo por pelo, mechón por mechón, pierdo mi cabello que son ahora espermatozoides de revolución encaminados a fecundar el vientre de la existencia. Lo que era antes una melena rizada, envidiada por el viento, es ahora un cráneo con cráteres muy muy parecidos a los de la luna más lejana. Cuándo terminará todo esto, a qué hora me pregunto. Pero resulta quizá, que es mi pregunta una de esas últimas horas. Mi piel se arruga con manchas de 3ª edad, y una de estas clepsidras sostenida en el oxígeno más gravitatorio, bastante considerable sin duda, reposa ya, ha dicho adiós, para convertir mi piel en una serpiente infinita y milenaria que ha hecho del planeta de mi intuición exterior sensorial un ovillo que late hechizado. Soy un fiel reflejo de los esqueletos en clases escolares de anatomía y en consultas de primer piso ahora cerradas. Ya no puedo negar mi naturaleza al estado cambiante de los siglos. Pero es preciso decirlo, antes de que mi lengua se convierta en mar, antes de que mi garganta sea el corredor subterráneo de aquellas mazmorras, es preciso decirlo, mucho antes de la intimidad de los eclipses, es preciso, antes, mucho antes, delante de cualquier numeración hace guardia, se impone, hay siempre un cero, un cero a la izquierda, un cero que no cuenta con sus dedos tullidos, una corona invisible, un arco en llamas de anteayer que atraviesan leones de agua crepuscular, una vagina que nos desposa con su cósmica alianza, con el grandioso deseo de no muerte por el cual lloramos lágrimas de entraña uterinas que manifiestan nuestro propio canto, nuestro ininterrumpido sitio en el mundo, vivísimo retorno, tejer y destejer una misma prenda en la celda de los tiempos, esferas celestiales, esferas y más esferas que nos recorren, que delimitan las fronteras de nuestras capitales milagrosas, que nos recorren decía, con sus agujas bien para decirnos la hora en que temimos oscuridad, en que fuimos ensombrecedores como Persia, en que escondimos nuestros labios bajo piedras derretidas, un cero en fin que se ejemplifica si llega el caso, por el contexto asombroso en el cual se circunscribe.
Y mi eterna noche se retrotrae, eriza su lomo, se estira como una invasión, igual que un bostezo iluminado, retrocede hasta mi alma para no terminar nunca dejando en la tierra que conduce a mis arenas movedizas, levantada, levantada por sus garras cegadoras, iniciales perplejas de sí, extrañas a mí, proféticas, que sesudamente me dirán quién soy, quién soy yo. Mas ya no estoy en busca de mi nombre, nada de eso, ya no salto del ser al ser con innumerables campanillas que cosieron por mi alma a lo largo de su himen de luz las nueve musas de la Tracia, nada de eso, ya no salto del ser al ser. Me dirán quién soy”.

1 comentario:

Ondiviela dijo...

Tu voz, como la de Blas, es ya perdurable.