martes, 22 de mayo de 2012

Un poema de Ángel González



Carta sin despedida


A veces,      
mi egoísmo 
me llena de maldad, 
y te odio casi 
hasta hacerme daño 
a mí mismo: 
son los celos, la envidia, 
el asco 
al hombre, mi semejante 
aborrecible, como yo 
corrompido y sin
remedio, 
mi querido 
hermano y parigual en la 
desgracia.


A veces -o mejor dicho: 
casi nunca-, 
te odio tanto que te veo 
distinta. 
Ni en corazón ni en alma 
te pareces 
a la que amaba sólo 
hace un instante, 
y hasta tu cuerpo cambia 
y es más bello 
-quizá por imposible 
y por lejano-.
Pero el odio también me 
modifica 
a mí mismo, 
y cuando quiero darme 
cuenta 
soy otro 
que no odia, que ama 
a esa desconocida cuyo 
nombre es el tuyo, 
que lleva tu apellido, 
y tiene,
igual que tú, 
el cabello largo. 
Cuando sonríes, 
yo te reconozco,
identifico tu perfil 
primero, 
y vuelvo a verte, 
al fin, 
tal como eras, como 
sigues 
siendo, 
como serás ya siempre, 
mientras te ame.


Ángel González

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