Aviones de papel
Mis torturadores han esperado
hacerme confesar un crimen que no he cometido.
Mis enemigos, desean que resista
sólo con el mal intencionado deseo
de ver como se alarga inútil mí sacrificio.
Mi hijo, me mira con esa mirada que tanto temo
mientras le insisto en que se esfuerce en sus deberes.
-¿Sabes hacer aviones de papel?-
Me descompone con sus ojos expectantes
y su inesperado nuevo retador desafío.
Finalmente, abandonamos las sumas y restas
para acabar lo que queda de tarde haciendo volar mis cuartillas
con el texto en blanco de poemas descartados
exigiéndome el rescate por algo que nunca he poseído.
Aun así, tengo fe
en que la suerte
me llegue algún día como botín
de quien jamás se ha rendido.
Mientras tanto, hago volar magníficos aviones de papel
que describen imprevisibles órbitas
en su planeo ingrávido
decorando el vacío alrededor de nuestras cabezas.
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martes, 20 de diciembre de 2011
miércoles, 9 de noviembre de 2011
SUSANA
Susana
Siempre quise haber sabido quien eras. Ha sido la incertidumbre que más me ha castigado durante el tiempo que ocupaste mis parcelas más intimas y que aun recorre como el duende de la desolación las extensas zonas en carne viva que dejaste tras tu ausencia.
Haberte encontrado un nombre para dejar de llamarte sin palabras, con aquella ansiedad solícita de tus labios de lengua bífida que me arrancaban aquellos dulces suspiros o, al encontrar al fin ese tendon, producían un inesperado gemido.
No supe como tratarte. No sé si debido al vértigo de comprobar cuanto nos separa o al pánico a lo que nos podría haber unido.
Así que nunca vi claro si eras un bello regalo desnudo y lascivo del cielo – de un Dios que me castigó obsequiándome con algo que le pedí en tantas noches de hastiada vigilia - que nada más me quedaba dormido se escabullía cerrando la puerta sin que yo la oiría. Como una premonición de un final que huye escalera abajo. Recortada por las sombras de un amanecer que escapa hacia delante como lo haría de una frase que nunca estuvimos seguros de saber pronunciar. Obligándome a compartir su premeditada soledad abandonado a la intangible presencia dejada por su olor entre los pliegues de las sábanas de mi cuerpo y a la evocación irreal de imágenes casi pornográficas. Montándonos a horcajadas. Cabalgando el delirio hasta agotados dejar caer los brazos abiertos sobre la húmeda redención del abrazo de dos bocas compartiendo su aliento exhausto.
O una diosa pagana, surgiendo recién nacida de entre sus propios fluidos que me ofrece en su aguabenditera para que humedezca las puntas de mis dedos y pueda escribir sobre mi paladar el génesis de una nueva generación de sensaciones. Que las palmas de mis manos intentan vestir acariciando la filigrana de su piel desnuda. Deidad a la que ya no me estaba permitido adorar y menos ambicionar. Inalcanzable como mendigar la felicidad eterna de volver a nacer y vivir sin un pasado en el que estaba de vuelta de casi todo cuando tus padres aun continuaban ignorando cual sería el sexo de su primogénito.
Tampoco despues he sabido hallar las palabras que me hubiera gustado susurrarte mientras caminaba dentro de ti, ni las que pronunciar cuando decidiste no volver a ser un pecado de ternura y de sangre, tan obvia como tu vulnerable mirada, que tanto me recordaba a la llama de una vela junto a una ventana abierta.
Quiza porque nunca comprendi que pretendiías de mí.
Si robarme el secreto que redima tus pueriles dudas sobre en quien no te quieres convertir, sonsacándome en quien soñé convertirme sin conseguirlo.
O obtener una dirección completa que te lleve lejos de las tareas de mi calle, como si realmente existiera algún lugar donde no cargar con la culpa de no equivocarse jamás.
O terminar de volverme loco. Como cuando pienso que hasta ti no había aceptado aún que ya estaba en mitad del páramo de esa edad en que aspirar a tener ilusiones es el mayor de los pecados, tanto o más que la necedad de los jóvenes que se comportan como viejos.
Esos viejos que se consuelan con el recuerdo de un último amor que se les escurrió con la facilidad con que tus cabellos escapan entre mis dedos. La misma con que tu cuerpo parecía girar entre ellos con la absoluta levedad de un hada, de una libélula azul sobrevolando las ruinas grises de una antigua civilización que despareció sin dejar huella. Transformada por la magia del momento en lo único vivo que respiraba sobre mi cama.
Siempre quise haber sabido quien eras. Ha sido la incertidumbre que más me ha castigado durante el tiempo que ocupaste mis parcelas más intimas y que aun recorre como el duende de la desolación las extensas zonas en carne viva que dejaste tras tu ausencia.
Haberte encontrado un nombre para dejar de llamarte sin palabras, con aquella ansiedad solícita de tus labios de lengua bífida que me arrancaban aquellos dulces suspiros o, al encontrar al fin ese tendon, producían un inesperado gemido.
No supe como tratarte. No sé si debido al vértigo de comprobar cuanto nos separa o al pánico a lo que nos podría haber unido.
Así que nunca vi claro si eras un bello regalo desnudo y lascivo del cielo – de un Dios que me castigó obsequiándome con algo que le pedí en tantas noches de hastiada vigilia - que nada más me quedaba dormido se escabullía cerrando la puerta sin que yo la oiría. Como una premonición de un final que huye escalera abajo. Recortada por las sombras de un amanecer que escapa hacia delante como lo haría de una frase que nunca estuvimos seguros de saber pronunciar. Obligándome a compartir su premeditada soledad abandonado a la intangible presencia dejada por su olor entre los pliegues de las sábanas de mi cuerpo y a la evocación irreal de imágenes casi pornográficas. Montándonos a horcajadas. Cabalgando el delirio hasta agotados dejar caer los brazos abiertos sobre la húmeda redención del abrazo de dos bocas compartiendo su aliento exhausto.
O una diosa pagana, surgiendo recién nacida de entre sus propios fluidos que me ofrece en su aguabenditera para que humedezca las puntas de mis dedos y pueda escribir sobre mi paladar el génesis de una nueva generación de sensaciones. Que las palmas de mis manos intentan vestir acariciando la filigrana de su piel desnuda. Deidad a la que ya no me estaba permitido adorar y menos ambicionar. Inalcanzable como mendigar la felicidad eterna de volver a nacer y vivir sin un pasado en el que estaba de vuelta de casi todo cuando tus padres aun continuaban ignorando cual sería el sexo de su primogénito.
Tampoco despues he sabido hallar las palabras que me hubiera gustado susurrarte mientras caminaba dentro de ti, ni las que pronunciar cuando decidiste no volver a ser un pecado de ternura y de sangre, tan obvia como tu vulnerable mirada, que tanto me recordaba a la llama de una vela junto a una ventana abierta.
Quiza porque nunca comprendi que pretendiías de mí.
Si robarme el secreto que redima tus pueriles dudas sobre en quien no te quieres convertir, sonsacándome en quien soñé convertirme sin conseguirlo.
O obtener una dirección completa que te lleve lejos de las tareas de mi calle, como si realmente existiera algún lugar donde no cargar con la culpa de no equivocarse jamás.
O terminar de volverme loco. Como cuando pienso que hasta ti no había aceptado aún que ya estaba en mitad del páramo de esa edad en que aspirar a tener ilusiones es el mayor de los pecados, tanto o más que la necedad de los jóvenes que se comportan como viejos.
Esos viejos que se consuelan con el recuerdo de un último amor que se les escurrió con la facilidad con que tus cabellos escapan entre mis dedos. La misma con que tu cuerpo parecía girar entre ellos con la absoluta levedad de un hada, de una libélula azul sobrevolando las ruinas grises de una antigua civilización que despareció sin dejar huella. Transformada por la magia del momento en lo único vivo que respiraba sobre mi cama.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Aun preocupado
Aún preocupado por las cuestiones
que me inspiraron siendo un niño
pero ya demasiado cansado
como para andar a estas alturas
aprendiendo a hacer volar cometas
-quizás porque todavia nadie
ha inventado un desfibrilador de almas-
miro a tus ojos que lo contemplan todo
y me estremezco ante la certera
incertidumbre
de cúando, cómo, dónde y quíen
amputara en pleno vuelo tus ansias,
con el infarto de la decepcion
estrangulara tu nitido canto,
y si aún así,
continuaras sosteniendo tu planeo
aunque sea
como un solitaria y oscura aguila
entre las afiladas e inquietantes siluetas
de las torres y cables de alta tension.
sábado, 15 de octubre de 2011
Alejate de mi
por que soy un animal herido.
Insisto,
la mala suerte es mi sombra
y la felicidad me rehuye esquiva.
El resto,
es como empeñarse en beber de un vaso vacio,
en arrancar las fotos de los marcos
y romperlas.
No lloro por nadie,
nunca más.
Lloro sólo por mi,
nuevamente.
Nuevamente he de aprender a olvidar.
Que triste,
que triste es que lo que tenga que hacer
sea sólo por mi.
Y tú, tú, eres lo que me duele
Tú, la de siempre
la misma,
ni te me acerques.
Pero permaneces ahi,
como si pareciera que fuerais todas la misma
porque el dolor,
el dolor es el mismo de siempre.
por que soy un animal herido.
Insisto,
la mala suerte es mi sombra
y la felicidad me rehuye esquiva.
El resto,
es como empeñarse en beber de un vaso vacio,
en arrancar las fotos de los marcos
y romperlas.
No lloro por nadie,
nunca más.
Lloro sólo por mi,
nuevamente.
Nuevamente he de aprender a olvidar.
Que triste,
que triste es que lo que tenga que hacer
sea sólo por mi.
Y tú, tú, eres lo que me duele
Tú, la de siempre
la misma,
ni te me acerques.
Pero permaneces ahi,
como si pareciera que fuerais todas la misma
porque el dolor,
el dolor es el mismo de siempre.
miércoles, 17 de junio de 2009
MÓNIKA
Y nuestros sexos en espiral piensan en voz alta vocales mudas
escapando por nuestras bocas abiertas hasta la extenuación,
en las que sorbemos con la lengua las yemas de los dedos
que se cuelgan de sus labios y las agrandan,
desencajando aún más dos rostros contraídos por el éxtasis
de un nudo de venas escurriendo todo su húmedo contenido
como una cascada imposible a la que practicar un torniquete.
De pronto, nuestros cuerpos se sacuden
como dos sombras atrapadas en el sol.
Deslumbrado cierro los ojos para admirar un sanguíneo universo
palpitando en mis párpados. A oscuras recupero próximo el sonido
de tu respiración; luego, la punta de tus cabellos mojados
desplomándose como un aguacero, rocía mi pecho nuevamente retorcido
por esta pequeña repentina aún más grata impresión.
Y afuera, la ciudad con sus luces nocturnas parece una salamandra
desparramada a la que es imposible ubicar los ojos.
Los trenes han dejado ya de pasar y bajo tu ventana la calle
estira más su tenue soledad con el lucernario resplandor de las farolas.
Cuando llegué y me esperabas tras la puerta entreabierta,
te besé y te avisé de que había un escalón suelto en la escalera.
Tú buscaste en mi rostro predecir qué tipo de paso traigo hoy.
A fin de cuentas, somos dos personas que no sienten miedo a haber vivido,
sólo, a las que da vértigo y lastrada pereza
sospechar que aún les puedan quedar más vidas por morir.
(Inédito)
escapando por nuestras bocas abiertas hasta la extenuación,
en las que sorbemos con la lengua las yemas de los dedos
que se cuelgan de sus labios y las agrandan,
desencajando aún más dos rostros contraídos por el éxtasis
de un nudo de venas escurriendo todo su húmedo contenido
como una cascada imposible a la que practicar un torniquete.
De pronto, nuestros cuerpos se sacuden
como dos sombras atrapadas en el sol.
Deslumbrado cierro los ojos para admirar un sanguíneo universo
palpitando en mis párpados. A oscuras recupero próximo el sonido
de tu respiración; luego, la punta de tus cabellos mojados
desplomándose como un aguacero, rocía mi pecho nuevamente retorcido
por esta pequeña repentina aún más grata impresión.
Y afuera, la ciudad con sus luces nocturnas parece una salamandra
desparramada a la que es imposible ubicar los ojos.
Los trenes han dejado ya de pasar y bajo tu ventana la calle
estira más su tenue soledad con el lucernario resplandor de las farolas.
Cuando llegué y me esperabas tras la puerta entreabierta,
te besé y te avisé de que había un escalón suelto en la escalera.
Tú buscaste en mi rostro predecir qué tipo de paso traigo hoy.
A fin de cuentas, somos dos personas que no sienten miedo a haber vivido,
sólo, a las que da vértigo y lastrada pereza
sospechar que aún les puedan quedar más vidas por morir.
(Inédito)
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