y publicar, columna arrinconada"
Blas de Otero.
Columna aparecida en el semanario Tiempo21 de Temuco. Clic sobre ella para leer, clic de nuevo en la siguiente página para ampliar.
Nuestras ciudades vienen con nosotros. Blas de Otero, acaso el mejor poeta de Bilbao, la veía en las aguas del Volga y en el mar de China, a donde fue a orientarse. Jorge Teillier se dio cuenta en Madrid de que “hay que viajar para no viajar”. Uno no puede evitar ver su territorio allá donde va, como tampoco puede desprenderse de sus ojos, que ven con la memoria. Y es por eso que encuentra parecidos, o tal vez sería mejor decir apariciones; sí: su ciudad se le aparece en la otra ciudad, como cuando cree cruzarse a su amor por la calle, y por un momento el engaño le enciende, hasta que descubre que la semejanza era sólo un espejismo. Pero si algo desde que el tiempo es tiempo –es decir, desde que está habitado– ha desencadenado la memoria del poeta, eso es la lluvia. La lluvia borra los límites, difumina los contornos, dibuja y desdibuja con su spray. Y así, cuando llueve, no llueve ahora, llueve siempre; no llueve aquí, llueve lejos. La lluvia tiende un hilo transparente entre territorios que se recuerdan.
En Bilbao, como en Temuco, llueve, llueve, llueve. Y si para Neruda la lluvia es el personaje más importante de su infancia, Blas de Otero ve cómo “llueve en cursiva” y, sobre todo, “llueve de memoria”. La llovizna diluye los lindes e iguala las ciudades, como dos gotas de lluvia. En el centro de Bilbao hay una araucaria con un busto de Alonso de Ercilla, poeta de ascendencia vasca, bajo el cual se lee: "Euskaldunok Txileri - Los vascos a Chile". Llueve tiempo sobre el poeta, en el centro de Bilbao, en el corazón de la Araucanía. Un Ercilla admirado de gotas paralelas. “No las damas, amor, no gentilezas de caballeros canto enamorados”, verbo aguerrido en medio de la lluvia, del barro –“barrizales del alma niña, y tierna, y destrozada”–. Vivifica la lluvia el alma de la tierra y respira y canta el mapuzugun y el corazón antiguo del euskera. Los árboles de Temuco y Bilbao, las profundas raíces bien fincadas, respirando los cerros al final de la calle y abriendo los ojos de las hojas, aún hablan la lengua de la tierra. Sigue lloviendo y Ercilla tiene los ojos abiertos, en los que brillan oscuras lágrimas. El futuro, el pasado, Temuco y Bilbao se confunden en la lluvia, el corazón es una casa de cuatro piezas, del corazón de Ercilla mana sangre verde.
Javier Aguirre O.