A su fin se inclinaba el
viejo mundo.
Se marchitaba el jardín
de delicias de la joven estirpe
–arriba, al libre
espacio, al espacio desierto, aspiraban los hombres subir,
los que ya no eran niños,
los que iban creciendo hacia su edad madura.
Huyeron los dioses, con
todo su séquito.
Sola y sin vida estaba la
Naturaleza.
Con cadena de hierro ató
el árido número y la exacta medida.
Como en polvo y en brisas
se deshizo
en obscuras palabras la
inmensa floración de la vida.
Había huido la fe que
conjura y la compañera de los dioses,
la que todo lo muda, la
que todo lo hermana:
la Fantasía.
Novalis
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