NO
PERDONO
No perdono que nos quiten las ganas,
las ilusiones, los "luegos", los “a veces”.
Ese querer despertarse cada día
ambicionando un beso, una caricia.
No perdono a los que roban
las pequeñas golosinas de los infelices
y los calcetines blancos de la niñez.
No perdono a las plumas resecas
sin la ilusionada tinta brotando de sus venas.
No perdono a los que roban risas,
a los que comen el pan de otros hombres,
amasado con sueños
y visten en secreto de luto a las estrellas.
No comprendo a los melancólicos,
ni a los vivos que sueñan con la muerte.
No corren buenos tiempos para pararse a llorar,
para vestir a la luna con los crespones negros de la noche,
ni para dormirse en el peligroso columpio del romanticismo.
No son tiempos de caligrafías impecables,
de letras en cursiva como olas de mar ,
porque nos han quitado las ganas,
esos a los que no perdono,
de buscar en las alacenas floridas de los pasillos del alma.
Que sea el verso libre, valiente,
con la majestad solemne de los dignos,
recto y claro, bravo y alto, muy alto,
como los orgullosos ecos de los enamorados,
para que lo escuchen todos
y para que no nos pillen dormidos los buitres del desierto.
Begoña Iribarren
No perdono que nos quiten las ganas,
las ilusiones, los "luegos", los “a veces”.
Ese querer despertarse cada día
ambicionando un beso, una caricia.
No perdono a los que roban
las pequeñas golosinas de los infelices
y los calcetines blancos de la niñez.
No perdono a las plumas resecas
sin la ilusionada tinta brotando de sus venas.
No perdono a los que roban risas,
a los que comen el pan de otros hombres,
amasado con sueños
y visten en secreto de luto a las estrellas.
No comprendo a los melancólicos,
ni a los vivos que sueñan con la muerte.
No corren buenos tiempos para pararse a llorar,
para vestir a la luna con los crespones negros de la noche,
ni para dormirse en el peligroso columpio del romanticismo.
No son tiempos de caligrafías impecables,
de letras en cursiva como olas de mar ,
porque nos han quitado las ganas,
esos a los que no perdono,
de buscar en las alacenas floridas de los pasillos del alma.
Que sea el verso libre, valiente,
con la majestad solemne de los dignos,
recto y claro, bravo y alto, muy alto,
como los orgullosos ecos de los enamorados,
para que lo escuchen todos
y para que no nos pillen dormidos los buitres del desierto.
Begoña Iribarren
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