martes, 19 de julio de 2011

Un poema de Charles Baudelaire

EmbriÁguense

Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso.

Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense.

Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán:
“¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo,
¡embriáguense, embriáguense sin cesar!
De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.

Charle Baudelaire

1 comentario:

Julio dijo...

Para que sean dos poemas, traigo este poema recogido en el comentario sobre Baudelaire en Lucernarios:http://juliogalonso.wordpress.com/biblioteca-de-bitacora-libros-para-leer-y-releer/baudelaire-poesia-completa-edicion-bilingue/
Enhorabuena por pararte en este autor.
Salud


La destruction.

Sans cesse á mes côtés s’agite le Démon;
Il nage autour de moi comme un air impalpable;
Je l’avale et le sens qui brûle mon poumon
Et l’emplit d’un désir éternel et coupable.

Parfois il prend, sachant mon grand amour de l’Art,
La forme de la plus séduisante des femmes,
Et, sous de spécieux prétextes de cafard,
Accotume ma lèvre à des philtres infâmes.

Ii me conduit aisni, loin du regard de Dieu,
Haletant et brisé de fatigue, au milieu
Des plaines de l’Ennui, profonds et désertes,

Et jette dans mes yeux pleins de confusion
Des vêtements souillés, de blessures ouvertes,
Et l’appareil sanglant de la Destruction!

La destrucción.

Sin cesar a mis lados se agita el demonio;
nada a mi alrededor como un aire impalpable;
lo trago y lo siento que abrasa mi pulmón
y lo llena de un deseo eterno y culpable.

A veces toma, sabiendo de mi gran amor al Arte,
la forma de la más seductora de las mujeres,
y, bajo especiosos pretextos de hipócrita,
acostumbra a mi labio con filtros infames.

Me conduce así, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga, en medio
de las llanuras del enojo, profundas y desiertas,

y arroja en mis ojos llenos de confusión
vestidos manchados, heridas abiertas,
y el aparato sangrante de la destrucción.