De la mano.
A veces se me ocurre y, de repente,
cuando decae la tarde y las ausencias
regresan a mi estancia con más furia,
te tomo de la mano y te conduzco
en oníricos periplos por caminos agrestes.
Y nos trazamos metas
de las que aún el final no se halle escrito.
Porque siempre hay pequeñas cimas,
íntimos lugares acotados
que pueden servirnos de refugio.
Dejo la sal y el pan sobre la mesa; te los ofrezco
tan solo porque ya por siempre sepas
que te guardo un cálido lugar junto a la lumbre.
A cambio, sólo pido que me oigas,
que escuches el sonido de mi aliento cada noche,
que me confíes las pequeñas cosas:
las dudas que a veces a ambos nos afligen;
las grietas con que el tenaz silencio
nos hiere y nos aleja.;
Los miedos como muros invisibles
que a veces nos separan;
los lazos que nos unen pero que no nos atan.
Porque no quiero llorar cuando sea tarde
y nos hielen las venas los fríos del invierno.
Calendarios y termómetros anuncian
que ya está haciendo demasiado frío
en el refugio incógnito en que se aloja el alma.
Siento que mis poemas de amor sean tan aburridos, tan cándidos, tan domésticos, pero es que mi vida es así: monótona y vulgar. Ya me gustaría escribir de pasiones arrebatadas, amores tórridos, de feromonas y fluidos, pero no es el caso.
2 comentarios:
Nunca aburridos. Tu vida tal vez te resulte monótona pero jamas vulgar.
Un hermoso poema que dulcemente se posa en el alma.
Un abrazo Octavio.
Yo no se bien como es la cosa del amor; pero se que amo entre la melancolía de los silencios irrompibles y que amo también en las pocas pasiones que nos quedan. Octavio; te pregunto... ¿Será que la felicidad también es monótona? y si es así la monotonía es buena.
Publicar un comentario