A La AAV
Horadarás tu ser y en su centro, dejarás caer la simiente que te enraizase en otro vínculo, sabrás cuál. Cumplirás el rito. Pasarás la crisálida de tu historia originaria y cuando la negrura silente abrasase tu sueño definitivo, saldrás de la guarida, dejándola atrás, como al puerto de la primera palabra dicha, así pues, hubo de ser tu saliva reseca, salvaje, el único fermento. Cumplirás el rito. Nacerás a ti y arrastrarás en las cadenas rotas, a través de tu acento de latitudes, el fijo sudor de la parturienta, el que puede apagarse de pronto, retroceder hasta el venero estéril, en el tamaño suceso de su cometido. Cumplirás el rito. Untarás con un resinar de aceites incólumes, los desfiladeros, los valles, las planicies vespertinas, el arroyo; los picos, los bosques, las selvas encontradas, los pantanos; los acantilados sutiles, las suaves colinas, torrenciales cascadas; el campo descendido, las raíces más tiernas, cálidas y latidas; las hogueras no resueltas, íntimas y doradas; las cataratas de tu cuerpo al fin,- gruta donde se aparean los lobos-, que ya existía de antes, desde otras haces, ya fulgía en el primer despertar barruntado. Cumplirás el rito. Vagarás por tierras lejanas, resplandecientes, sin armaduras, pero ninguna superficie, aunque de lava, será extraña a tu lengua. Cumplirás el rito. Vagarás hasta los torreones del viento, escucharás sonar los metales, quedarás temblando. Cumplirás el rito. Vagarás, hasta los confines de las mareas vagarás, ya cansado, sin más fuerzas que las de sostener un aliento exacto, y de tu última mirada se romperán todas las cuerdas en el arpa, y rendirás con el ardiente calor de tus huesos, ofrenda a la palpitación henchida que ha de avisarse muy pronto de los hechizos.
Se cansaron ya los caminos de contemplar siempre a lo largo de su aullido el mismo paisaje.
Ahora vivo de adentrarme en mi voz con una soga para su viejo cuello, pellejos en tensión de espumas, decepcionado de cuanto pueda entenderse.
Matadme. Con la insufrible daga de una mañana cualquiera, ésa que duele. Soy la tela mojada que aguarda el peso afilado de un cuchillo. Matadme, a pronto, antes de la cosecha de las últimas lágrimas, porque de no ser así, vuestra estirpe se lanzará sobre vosotros un día, escupirá el regreso de sus ejércitos diezmados, y escribirá con sangre nuestros nombres de guerra y misterio en los puentes elevadizos de lo pasado; en las cloacas de una ahíta moral de encerronas; en las enormes esculturas erigidas como tributo a la indigencia; en los parlamentos de la desidia, en las audiencias de la incertidumbre, en el paredón de los señalados, en el heraldo público de la injuria, en los ayuntamientos de una queja sometida, en las pizarras de una escuela de vertederos, en las capitales de la adoración cansada; en las nevadas de los augurios y leyendas; en el reino sublevado del arrepentimiento; en los cuartos donde canturrean ufanas, realizando sus tareas, las sirvientas del Estado; y yo nuevamente vomitaría lepra.
Matadme. No dudéis. Venid por mí. Pues sostuve en mis manos la efigie del aire, y escucho derramarse el veneno de las copas caídas, y caigo postrado en el lecho de las edades por su fiel aroma a lujuria, y bebí insaciable lechosa miel en los sexos del deseo más encendido, y veo deslizarse una gota de sol por la frente de cada sueño; - todo mi ser se abrió al dulce suplicio, de solo arrebato, y me conduce un eco de graves campanas perecederas;- y me precipité con la belleza, desnudos ambos, a las arenas movedizas, y haré cumplir mis trabajos, implacable desde lo lejos, como la más antigua de las venganzas, y quizás éste temblor de tierras y el sabor a ausencia vieja de cada beso, hoy más que nunca, con fe entregada, caliente, a la detestable vida.